miércoles, 19 de enero de 2011

NUEVO CAPITULO "Ecos de la Historia Bigandense"




“Problemas de salud” entre 1910-1920 en Bigand

Al adentrarnos poco a poco en los gastados y amarillentos documentos históricos del Archivo Comunal, vamos descubriendo retazos curiosos de nuestro pasado, asomando tras el polvo que brota de aquellos libros añejos, datos ricos, algunos más o menos importantes y asombrosos, muchos de ellos desconocidos...

Un capítulo especial merecería la historia de la salud en Bigand, no es éste el fin del presente artículo, sino echar luz a situaciones y acontecimientos sanitarios, complejos e impensables a los ojos del presente, que vivió el pueblo en sus primeros años de vida.

Para situarnos mejor en el tema, recordemos que recién en 1944 contaremos con una institución de salud pública, el Hospital Rural Nº 48, gracias al papel preponderante de su fundador y primer director, el Dr. Alfredo Berraz. Años más tarde, con el cambio de políticas de salud del estado provincial, pasará a denominarse S. A. M. C. O.

Hasta entonces, según leemos en las actas comunales, los enfermos solían trasladarse a un centro de salud de Casilda, a veces subvencionados por la comisión de fomento. La intervención comunal en salud, se acotaba a la contratación de un médico que debía cubrir un servicio esencial: la revisión sanitaria de las “pupilas” de la Casa de Tolerancia. Luego, unos años después, la realidad social demandó un servicio complementario para este profesional: la atención médica de los “pobres del distrito”.

Cólera, fiebre tifoidea, viruela, pestes... entre otros flagelos invadieron este pequeño pueblo agrario en el alba del siglo XX, cuando comenzaba a dar sus primero pasos y a crecer, a urbanizarse, a recibir la llegada de nuevos trabajadores y emprendedores, inmigrantes en su mayoría, que venían a poblar Bigand y sus tierras. Este proceso de crecimiento, quizás, un poco caótico y desorganizado, seguramente generó algunos inconvenientes de higiene y sanidad doméstica y pública, siendo caldo de cultivo para el brote de enfermedades tanto en el ámbito rural como en la naciente planta urbana del distrito, que despertaron la preocupación de las autoridades.

Ya en el Acta Nº 20, con fecha 24 de agosto de 1911, se registra la inquietud por la posible invasión de cólera en el distrito, a tal fin se crea la ordenanza Nº 10 para combatir dicho “flagelo”. Allí se informaba al vecindario de la necesidad de tomar ciertas medidas de prevención relacionados con la higiene y el aseo: beber agua hervida, no tirar aguas sucias fuera de los resumideros, desinfectar casas, carnicerías, patios, resumideros, “caballerizas” (especie de corrales) y evitar la presencia y aglomeración de moscas. Sugiriendo para esto último, “una particular” medida, que citamos “...colocar sobre un plato un poco de azúcar en terrones sobre los que debe verter 10 o 15 gotas de formol...”. Y como cierre planteaba que, además de la limpieza, la moderación en el comer y beber eran las formas más efectivas para evitar la propagación del cólera.

En otra ordenanza, la Nº 12, también de agosto de 1911, se informaba de la vacunación contra la viruela, por lo cual arribaría “en breve” un vacunador a la localidad.

En esos tiempos fundacionales, de crecimiento no tan armónico, las autoridades mostraban inquietud por “el aseo” y la “higiene” del pueblo y la comunidad. La ordenanza Nº 15, de septiembre de 1912, se creó para reglamentar medidas que apuntaban a mejorar el estado de limpieza y la sanidad pública. Los infractores, según la norma, serían “castigados” con multas económicas.

En 1912 ya había al menos un médico local, ¿cómo lo sabemos? En acta de esa fecha, se decreta “retirar” el subsidio comunal al médico local. En el año 1913 vuelven a aparecer documentadas iniciativas de salud: constan subsidios al Hospital de Casilda para el tratamiento de enfermos bigandenses y vuelve el aporte al médico del pueblo. En febrero de 1914, bajo la presidencia de Bartola Brunazzo, se contrata para el reconocimiento médico de las mujeres de la Casa de Tolerancia al Sr. Alejandro Camuzzo. Al poco tiempo se nombra un nuevo médico para dicha tarea, el Dr. R. Pelleja. En abril de 1915, es designado el Dr. G. Aprile como nuevo médico para la revisión de las mujeres del prostíbulo local en lugar del Dr. Pellejas. Con el cambio de gestión comunal, bajo la presidencia de Juan Tettamanti, en enero de 1916, vuelve a designarse al Dr. Pellejas como encargado de la revisión médica de las mujeres de la Casa de Tolerancia.

Según acta nº 176, en agosto del mismo año, ante una evidente situación de crisis social y económica, se observa un giro explícito en la “política de salud” local, se decide contratar al Dr. Vidal Lupuey (o Luques, no es claro) para la atención médica de los pobres, cuyos servicios regirán desde agosto de 1916; el argumento del nombramiento, según reza el acta “...que atienda gratuitamente a los pobres de solemnidad que se hallen enfermos, previa comprobación y justificación de expedida en forma por la Secretaría...”. A fines de diciembre de dicho año, renunciara el mencionado médico, designándose un nuevo profesional. El constante recambio de los médicos comunales en aquellos primeros años, aunque no consta en los documentos, seguramente se debía a que no eran del pueblo, viajaban para servicios puntuales, y a veces, la fragilidad financiera de la Comuna no permitía sostener su financiamiento en forma continua y estable.

En el verano de 1917 registramos otra situación sanitaria preocupante para las autoridades; en el acta nº 200 aparece la problemática de la peste contagiosa que invade las haciendas vacunas, por ello, se tomaron ciertas disposiciones de carácter obligatorio para la comunidad, que se dieron a conocer con carteles que se distribuyeron en oficinas públicas y comercios, a saber: “...prevenir al público que todo aquel que se le muera un animal debe inmediatamente quemarlo o, en su defecto, enterrarlo a una profundidad no menor de un metro y cincuenta centímetros, aplicándoles a los infractores una multa...” (18-1-1917).

Una nueva emergencia sanitaria consta en los viejos libros, en 1918 las autoridades locales debieron recurrir al Consejo de Higiene Provincial solicitando el envío de un “vacunador” y unas “200 placas de inyecciones” (acta nº 263 18-4-1918) para detener el avance de la fiebre tifoidea en el distrito, en tanto ya se habían detectado varios casos.

En agosto del mismo año, se contrató un nuevo médico, Dr. Esteban Lucotti para la atención de los enfermos carenciados. Y un par de meses después, según reza el acta nº 391, del 31 de octubre de 1918, se declara una nueva emergencia de salud pública ante la invasión en la región de la enfermedad denominada entonces “grippe”, tomando la Comuna una serie de medidas, que aparentan una situación de “estado de sitio”: clausurar en forma inmediata el prostíbulo, lugar central de reunión social, hasta nuevo aviso, bajo la amenaza de graves multas económicas para la gerente del lugar en caso de permitir su funcionamiento clandestino; aconsejar al vecindario y al comercio local sobre la necesidad de desinfección de baños, resumideros y caballerizas; mantener limpieza extrema de los lugares públicos y privados, y, en lo posible, las puertas cerradas de las casas. Un par de semanas después, aparentemente más normalizada la situación, se le concederá a la Casa de Tolerancia el permiso para que reabra sus puertas.

Como suelen decir los propios documentos, “en las época de los calores”, parecían florecer las enfermedades contagiosas, así en febrero de 1919, vuelve la inquietud por el avance de la fiebre tifoidea en la localidad, confirmándose varios casos. Esta situación lleva a la Comuna a contactarse con el Consejo de Higiene para solicitarse el envío de vacunas anti-tíficas.

También a fines de diciembre de 1919, con la llegada del verano, aparece documentada en las actas, quizás, la emergencia de salud más compleja e impactante que hayamos descubierto que sucedió en Bigand en aquellos primeros años. La aparición de una serie de casos de peste bubónica, “la peste negra”, mal infeccioso de origen milenario que exterminó a buena parte de la población europea en una serie de pandemias, especialmente terribles en los siglos XIV y XV, transmisible desde los animales (ciertas especies de ratas infectadas por pulgas) a los humanos, que preponderantemente florece en ámbitos rurales de condiciones de sanidad e higiene deficientes.

Ya a principios de noviembre, de acuerdo al libro de ordenanzas, la Comisión de Fomento difundía un “aviso comunal” (6-11-191) estableciendo algunas normas para prevenir la propagación en Bigand de la epidemia de peste bubónica que había llegado a pueblos vecinos. Se decretaba así: destruir ratas en los galpones, sótanos, comercios y locales públicos y privados; ahuyentar las plagas que son el agente productor de la enfermedad, valiéndose para ello de soluciones de creolina o fluido en la proporción de una cucharada grande por cada litro de agua; blanquear con cal el interior de habitaciones, sótanos y negocios... Además se disponía la vacunación preventiva de aquellas personas que por sus ocupaciones estaban más expuestas al contagio; peones de galpón, carreros, cosedores de bolsas, remenderos, etc. La violación a estas normas podía acarrear multas.

En diciembre, con la aparición de algunos casos en la localidad la Comuna se ve obligada a tomar un paquete de medidas radicales y rigurosas que seguramente violentaron la vida social y la rutina diaria pueblerina y alimentaron el pánico del vecindario. Preocupada por el aislamiento total de los enfermos, la Comisión de Fomento tomó iniciativas “duras” como la clausura total de la Casa de Tolerancia, lugar que fue usado como muro de contención y aislamiento de los infectados, con el auxilio de la policía local, convocada para el control y cumplimiento efectivo de dicho encierro. Además, “obligó” a tomar una actitud “casi paranoica” a los vecinos, incitándolos a denunciar posibles casos de peste, bajo pena de multa para aquellos que oculten información sobre los sospechosos de estar enfermos. Se dispuso, también, el alquiler por tres meses de una propiedad del Sr. Caselli en campos de Víctor Bigand, cercana al caso urbano, para ser usado como centro de atención sanitaria (acta nº 345, 28-12-1919). No se pudo corroborar en actas posteriores, si esta decisión se hizo efectiva (no hay mención del tema, ni prueba de pago del alquiler de la casa), porque la emergencia sanitaria, coincidió con el cambio de gobierno comunal.
Los coletazos de la enfermedad se registraron en actas ulteriores. Según la nº 348, del 19 de enero de 1920, fue autorizada nuevamente la reapertura de la Casa de Tolerancia. Además se detallan pagos de viajes de “sanidad” de traslado de los enfermos y de honorarios al enfermero que trabajó en el lugar improvisado como “lazareto” para la guardia sanitaria de los infectados. A fines de febrero, en el acta nº 353, constan nuevos gastos ligados con la “peste” a distintos proveedores, en concepto de medicinas especiales para los enfermos, y carne y leche para suministrar al centro sanitario. En actas siguientes, se detallan otros “efectos” del flagelo, el más curioso: el resarcimiento económico a una mujer X, gerente del prostíbulo local, por ceder dicho lugar, que funcionó circunstancialmente como centro de guardia sanitaria de los enfermos y por poner a disposición una “enfermera” (ver acta nº 362, 13-5-1920) durante “los días de la peste”...

Hasta aquí esta breve crónica de pestes y males que “visitaron” este pago ni bien comenzaba a desandar el camino de la historia. Lo que hoy es quizás un relato casi anecdótico y asombroso, seguramente fue motivo de preocupación y miedo para aquellos primeros pobladores, que a pesar de estos obstáculos, siguieron luchando e hicieron posible el porvenir venturoso del pueblo.

miércoles, enero 19, 2011